MARZO 19, 2019 POR: Giovanna Zuluaga BLOG
UN LARGO BESO DE BUENAS NOCHES
Las últimas horas han sido las más difíciles de mi vida, sin lugar a dudas. Hasta hace unos días era feliz, había conseguido un nuevo empleo donde me sentía mejor en casi todos los aspectos y mi matrimonio, aunque no estaba en su mejor momento, podía decirse que sobrevivía. Pero justo hace dos noches, al reencontrarme con mi esposo después de casi tres semanas sin vernos me pidió el divorcio.
Quedé muda, palidecí. A veces tonteábamos con el tema, cuando discutíamos, pero ahora me dijo que era muy en serio, tanto que al día siguiente haría todas las averiguaciones legales del caso.
Me sentí tan mal que de un momento a otro dejé de escuchar lo que me decía. Él caminaba por la habitación moviendo la boca mientras yo, tumbada en la cama luchaba por no morirme en ese mismo instante. Giré mi rostro para que no me viera llorar, pero fue inútil y mis lágrimas solo lo enfurecieron más; nunca le ha gustado verme llorar, le parece una estupidez. En medio del llanto le pedí que parara de una vez, que no estaba en condiciones de dialogar en ese momento. Cuando por fin se marchó de la que hasta ese día fue nuestra casa quedé devastada, tanto que estuve llorando hasta que el sueño me venció.
Al día siguiente salí más temprano que de costumbre para no encontrarme con él, pues el simple hecho de verlo me dolía y confundía. Procuré llegar a casa lo más tarde posible, también por la misma razón. De no haber sido porque nuestros hijos me esperaban ni me habría molestado en volver. El que ahora era mi ex, no estaba en casa y llegó muy tarde.
Sentí cuando entró a la habitación, se paró junto a la cama para luego marcharse de nuevo a dormir en otro cuarto.
Un nuevo amanecer y un nuevo día de trabajo en el cual poco pude concentrarme. Llegué a casa temprano pero los niños estaban dormidos, parecían angelitos, ajenos a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Mi ex esta vez estaba en casa; se había tomado unos tragos a juzgar por el olor en su ropa y en su aliento. Lo miré fijamente, con rabia y dolor, pero con amor aún a pesar de todo, pues es imposible dejar de amar a alguien de la noche a la mañana, al menos para mí.
Me retiré a mi habitación pensando que él pasaría la noche fuera, pero no fue así; me siguió hasta mi cama, tomó mi rostro entre sus manos y me besó en los labios larga y profundamente. La razón me decía que lo apartara de mí, que nada de lo que hiciera podría lograr que lo perdonara por las lágrimas derramadas, pero mi corazón, como siempre fue más fuerte y correspondió sus besos que se convirtieron en una sola pasión y un solo sentimiento.
Perdimos la ropa en un segundo y yo me sentí en la gloria al abrazarme a su cuerpo desnudo y tibio. Nos entregamos uno al otro como nunca lo habíamos hecho, fuimos uno solo ese día en nuestra cama, su sudor se fundió con el mío, nuestras salivas se mezclaron, nos besamos allí donde nunca nos habíamos besado, hicimos cosas que antes no nos habíamos atrevido a hacer, nos amamos con el amor que aparentemente aún sentíamos el uno por el otro.
Lloré de felicidad aquella noche susurrándole al oído cuanto lo amaba y deseaba, aunque solo escuchara silencio de su parte. No me importaba, ya habría tiempo para decirlo y demostrarlo, para sanar las heridas causadas de parte y parte durante casi ocho años de matrimonio. Nos amamos una y otra vez durante aquella larga y cálida noche y cuando nos venció el cansancio nos dormimos desnudos y abrazados.
A la mañana siguiente al despertar, estaba sola en mi cama, con el cuerpo aún tibio por sus besos, pero el corazón helado por un presentimiento... y de nuevo ese traicionero corazón se manifestó, únicamente para decirme que lo que había ocurrido la noche anterior no había sido un nuevo comienzo sino el polvo de despedida.
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