SEPTIEMBRE 05, 2018 POR: Columnista Invitado BLOG
Disertaciones de placer dolor
Extractos de varios textos para analizar y comprender mejor esta dualidad de la vida que nos complace y nos golpea a los seres humanos durante el transcurso de nuestras vidas. Venimos al mundo como resultado de uno de los mayores deseos humanos, en un instante el acto sexual, un gozo vital, nos pone (en condiciones naturales) nueve meses en un vientre, acuoso, cálido, cerrado y cómodo que debemos dolorosamente, dejar al final de este periodo.
Somos creados en el sexo y vivimos por y para el sexo. Finalmente, o mejor, de bienvenida a este nuevo ambiente, lo primero que debemos hacer es llorar. Y seguimos llorando por el resto de nuestras vidas, llorar no es exclusivo del género femenino, hombres y mujeres vivimos sentimientos de soledad, desamor, frustración desilusión, y angustia entre otros.
Son los hombres los que supuestamente deben ser fuertes y jamás llorar porque se ha dicho a lo largo de la vida que: los hombres no lloran, los hombres se aguantan. No satisfacer nuestras necesidades o perder lo que amamos nos duele y siempre nos va a doler, pero el llanto que deja salir nuestros ojos es una respuesta saludable para aliviar el dolor. El dolor no tiene nada de malo, es simplemente una percepción más que debemos permitirnos experimentar. El problema se halla en la etiqueta de que “no nos gusta”.
Como no nos gusta experimentar dolor, intentamos evitarlo a toda costa, buscando constantemente el placer, que es la experiencia que “sí nos gusta”. Debido a que ambos son caras de la misma moneda, el placer también puede llevarnos al dolor, ya que cuando este placer nos es arrebatado, experimentamos dolor debido a la pérdida de la experiencia del placer. "La experiencia es una derrota, hay que perderlo todo para saber un poco" Albert Camus. Se ha concebido al ser humano como una máquina de desear. Pero no todo comienza –ni termina– en el sexo el "mete y saca" conllevaría un enfoque demasiado parcial al no percibir el influjo que sobre nosotros poseen ciertos deseos interiores catalogables como “prohibidos” o, al menos, como Ocultables. ¿Es imposible refrenar “lo irrefrenable”? Los prejuicios en los que somos educados desde niños nos preparan para hacer frente a todo aquello que la sociedad considera desviado de la norma, pervertido. “he visto que cuando, como yo, se ha nacido para el libertinaje, es inútil pensar en imponerse frenos: fogosos deseos los rompen al punto”. Marques de Sade.
Las desviaciones sexuales, aunque brotan en el individuo, de su apartado físico, derivan de hecho de la sociedad, contra la que el hombre se rebela para tratar de romper los frenos que pone a su deseo. Tarea de hombres y mujeres será la de deshacerse, con sus armas intelectuales, de esta trampa que la naturaleza parece haber tendido desde incluso antes del nacimiento.
El único obstáculo para entregarse al placer total es la opinión de la sociedad, “pero ¿qué muchacha o muchacho ingeniosa(o) no ha de superar esa despreciable opinión a poco que reflexione?”. Marqués de Sade. ¿Debemos entregarnos a la imaginación, auténtico aguijón de los placeres, y de la que proceden las voluptuosidades más excitantes? El exceso es posible en los bienes corporales; y el vicio bajo esta relación consiste precisamente en buscar el exceso, y no en buscar sólo los placeres absolutamente necesarios.
Todos los hombres, sin excepción, encuentran cierto goce en tomar alimento, en beber vino y en los placeres del amor; pero no todos gozan de estos placeres con medida, como es debido. Con el dolor sucede todo lo contrario; no se evita sólo el exceso; se le evita en absoluto, porque el dolor no es lo contrario del exceso de placer, a menos que alguno busque el exceso de dolor, como otros buscan el exceso de placer.
Todo sistema moral debe enfrentarse, de una u otra manera, con el placer y con el dolor. Estas experiencias tan cotidianas parecen no requerir ningún tipo de explicación filosófica pues todos hemos sufrido demasiadas veces algún dolor o nos hemos sentido atraídos por una forma de placer. Precisamente por la habitual recurrencia con la que el placer y el dolor aparecen en nuestras vidas y, sobre todo, dada la enorme influencia que estos motivos ejercen sobre nuestra conducta, la ética debe necesariamente describir en qué modo sería deseable afrontar tanto el placer como el dolor.
0 COMENTARIOS